La dolorosa belleza


Desde tiempos inmemoriales y en todas los lugares de la tierra se persiguió la belleza, ¿que costo estamos dispuestos a pagar para conseguirla?


Una vieja costumbre china señala que “un pie pequeño en una mujer, es un pie bello”. Por eso hasta que China se convirtió en república en 1912, los padres vendaban los pies de sus pequeñas hijas, práctica que causaba la rotura del arco del pie y lo reducía, logrando así una estilizada marcha a pequeños pasitos. Esta moda que suena horrorosa y despreciable para todo aquel que se declare defensor de los derechos humanos y de los de la mujer, quizás no esté tan alejada de los altísimos zapatos de tacón que usan las occidentales del siglo XXI para lograr una figura más esbelta. De acuerdo con lo anterior quedaría completamente descartado el refrán que dice “la belleza es salud”. Por el contrario, hoy como hace miles de años, la búsqueda de la belleza es una de las grandes obsesiones del hombre y si para alcanzar los estándares de la época es necesario recurrir a prácticas dolorosas o peligrosas para la salud el ser humano está dispuesto a arriesgarse. Gracias a pericias arqueológicas se ha podido demostrar que en el año 2400 antes de Cristo, los egipcios nobles se hacían la pedicura. Cleopatra, la famosa reina egipcia nacida en el año 69 antes de Cristo, se bañaba en leche para mantener su piel suave y además usaba cohl, un delineador de ojos hecho con minerales molidos. De acuerdo con estos datos la búsqueda de la belleza no es de ningún modo un fenómeno actual, incluso sería posible pensar que está en la escencia de los humanos intervenir en su apariencia física. En el siglo XVIII arreglarse y verse bien era una prioridad tanto para las mujeres como para los hombres. “Tienen su propio maquillaje, baño, polveras, pomadas y perfumes. Les dedican el mismo tiempo o incluso más que nosotras” hizo notar una dama de la alta sociedad francesa acerca de los hombres de su época. El dolor está íntimamente relacionado con la belleza. Hay un clishé que dice “sin esfuerzo no hay resultados” y en la mayoría de los casos es así como funciona. Las terribles dietas a las que se exponen las mujeres para entrar en los pequeños talles que venden en los negocios, son un ejemplo del sacrificio que se le rinde al aspecto físico. Un ejemplo aún más extremo son los trastornos de la alimentación, como la bulimia (ciclo en el que la gente engulle y después vomita o se laxa) o la anorexia (síndrome de autoinanición), que son la máxima expresión de una sociedad obsesionada con copiar un estándar, que en este caso es el de las tan cotizadas modelos esqueléticas que son tapa de las revistas más “fashion” del planeta. Una investigación realizada en 1997, publicó que el 15 por ciento de las mujeres y el 11 por ciento de los hombres dijeron haber sacrificado más de 5 años de su vida para llegar a su peso ideal . Además confesaron que estarían dispuestos a enfrentar otros sacrificios. Una mujer de 25 años aseguró: “me encantan los niños, tengo uno y me encantaría tener uno más si no tuviera que subir tantos kilos” El dinero es la mercncía más valioso de las sociedades capitalistas, porque puede intercambiarse por cualquier bien, incluso por la belleza. Las costosas cremas faciales y corporales son un buen ejemplo de ello. En Estados Unidos durante el año 2000 la gente gastó seis mil millones de dólares en perfumes y la misma suma en maquillaje. En productos para la piel y el pelo el gasto fue de ocho mil millones cada uno, mientras que los productos para el cuidado de las uñas llegaron a recaudar mil millones de dólares. La obsesión por la delgadez llevó a que se invirtieran veinte mil millones en productos dietéticos además de los miles de millones que se pagaron por hacer tratamientos especializados en el cuidado del cuerpo. En la modernidad la tecnología apunta a vencer al que es considerado el peor enemigo de la belleza: el envejecimiento. Las cirugías plásticas son la más clara expresión de la relación entre hermosura física y dolor. La gente que decide exponerse a las operaciones para vencer a la gravedad, deben padecer terribles dolores, es posible que tengan que quedar algunos días internados o tengan alguna complicación post operatoria. Pero parece que todos estos riesgos no son suficientes para asustar a hombres y mujeres decididos a verse más atractivos. Como se mencionó anteriormente, los sacrificios que representa la búsqueda de la hermosura no son un fenómeno exclusivo de la modernidad. En otras épocas esta búsqueda podía llegar a ser mortal. El rojo bermellón usado en el siglo XVIII estaba hecho de un compuesto de azufre y mercurio. Hombres y mujeres lo usaban corriendo el riesgo de perder los dientes o de sufrir inflamación de encías. Era frecuente que se enfermaran o murieran a causa del plomo del polvo blanco que usaban en el rostro. También en el siglo XIX las mujeres corrían riesgo de muerte al usar corsés hechos de huesos de ballena o de acero que les dificultaban la respiración. Las moda que predominó entre las mujeres de la corte de Luis XVI puede resultar macabra. Para resaltar su sangre noble se dibujaban venas azules en el cuello y en los hombros. Los tatuajes, que están de moda en las sociedades occidentales, fueron inventados por tribus indígenas. Los consideraban hermosos y solo eran dignos de usarlos aquellos que pudieran soportar el dolor que causaba hacerselos. En algunas tribus los jóvenes que se converían en adultos debían tatuarse como muestra de valor y virilidad. En conclusión, la búsqueda de la belleza existe desde los principios de la civilización y desde el principio está intimamente relacionada con prácticas dolorosas. A lo largo de la historia las tendencias cambiaron sustancialmente, pero se mantuvo la obsesión por estar a la moda y responder a los estándares de la época, incluso arriesgando la salud o la vida.

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